Le huelen los pies.Vaya que si le huelen. Aparenta naturalidad, como si estuviera en el sofá de su casa, sentada en posición Buda, y le olieran los pies, y le importara una mierda. Pero de hecho, apestan. Lee un libro de bolsillo, de hojas desgastadas y mil salivas en sus esquinas. Alcanzo a ver que es poesía tántrica. El olor se intensifica.
Los postes se suceden tras la ventanilla y yo intento contarlos, pero el tren va demasiado rápido. Ella no les presta atención. Diría que levita excepto porque sus pies desnudos reposan en su asiento. Me viene a la cabeza el personal de limpieza. Seguro que de por sí, llevan mascarilla, aunque la tela del asiento va a ser un problema que tal vez venga o no venga en el convenio. Huele a conflicto.
Le apestan los pies y sin embargo su media sonrisa es perenne, ni se inmuta. Claro, - me digo - la poesía tántrica tiene ese efecto. ¿Estará sintiendo un orgasmo?. Creo haber leído que va de eso. Será eso. Orgasmo tántrico, a la poesía que le den. En estos vagones modernos las ventanillas no se abren.
No puedo fumar, ni contar los postes. Me va el orgasmo de toda la vida; llamarme clásico. Mi compañero de butaca, de piel mortecina (ya estaba sentado antes de que entrara yo), agoniza tras un ejemplar de el "Economist". Apenas respira.
Alguien entra y alguien se va, no sin antes echarme una mirada de desprecio. No me da tiempo a decirle que no me huelen los pies, que le huelen a la chica que le huelen los pies. Tendrá nombre, digo yo. Mejor no pregunto, no sea que se remueva y remueva el aire. Tiene pies de llamarse Ashima, muy rollo hindú, muy natural.
Y finalmente, pienso : puritana fuiste, puritana eres, puritana serás. So puta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario