Las teclas tiemblan con seguridad expulsando notas que se encierran
en mi cabeza. Chopin nocturno mientras bailo recostado en un sofá;
camino por pentagramas a la luz de la música cuando la luna se muda y en
un gesto de coquetería sonríe con timidez.
Las manos articulan,
las cuerdas vibran y el hombre siente (entendido como un genérico en el
que se incluyen tanto a hembras como a varones). Los problemas son
plantas rodadoras, que giran y giran sin rumbo propio, guiadas al azar
de la brisa fría. No pienso en ellas, el piano me ata a su charlatanería
y, suavemente, me dejo atrapar en su esfera, libre en el espacio y en
el tiempo. La música, la noche, Chopin, el desierto.
La vida es
maravillosa. Sólo tienes que elegir, y también tienes que rechazar.
Bien, elijo Chopin; rechazo el dinero. Elijo la noche; rechazo el
hastío. Elijo el silencio; rechazo la muerte. Elijo el desierto; rechazo
el rencor. Elijo la vida.
Somos un punto cuántico en la inmensidad abrumadora del espacio. Aun así, somos grandes, somos Chopin.
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