lunes, 16 de mayo de 2016

Liszt

Corro desnudo por campos de trigo cantando la Traviata. Ancha es Castilla y extensa la obra (este yogur está buenísimo). Algunas espigas se me clavan en el escroto, lo reconocerás por los gallos, pero la plenitud es tal que las recibo con ardor torero.
Me visto de viento seco, de olor a tierra, de esperanza e ilusión. Ligero es mi pensamiento, pierdo lastre a cada nota y sé que llegaré a la inocencia, a lo básico y al niño que tengo castigado en algún rincón de el Estado.

Un agricultor está interpretando a Liszt en medio de la meseta. El tiempo se detiene, las espigas se inclinan atentas, los grajos se callan de una puta vez y unas ovejas cercanas experimentan por primera vez la inteligencia en sus ojos. Los dedos, callosos, acarician las teclas. Las cuerdas vibran en dulces espasmos, unas veces cortos e intensos; otras, lánguidos hasta el borde de las lágrimas.

Escapar, abrazar la sinrazón propia como si no hubiera un mañana y quemar la razón de esos. Ese es el camino que me llevará a ser una oveja que se emociona con el piano de campo. Rebaño es, y a pesar de su naturaleza no balan al unísono. Saben.

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