martes, 17 de mayo de 2016

mantas de cartón

Gaviotas de ciudad, carroñeras de vertedero, banderines de pesquero. Anidan en las azoteas, tejen redes vecinales y graznan como gallos despistados. Va a llover. Lluvia fina y negra que tiñe nuestras cabezas sin que cambiemos el paso. Luces de neón, escaparates recargados, sonrisas congeladas, niños corriendo, madres desatadas, padres compungidos, riñones en venta al peso.

Los vientos son densos, arrastran sudores de mantas de cartón, de botas raídas, suelas asfaltadas. Son voces fatuas que no miramos e ignoramos. Masas invisibles; en realidad, puro hedor. Gaviotas olvidadas en callejones luminosos desbordantes de progreso.

Una niña observa desde su ventana el discurrir de los vientos. Son otros ojos los que sienten, capaces de comprender sin necesidad de justificar. Es y es, no hay más. No evita las lágrimas, sino que las derrama sobre los zapatos de charol incapaz de contener la rabia inocente.

Carros de identidad ajenos a su voluntad recorren los mismos caminos, las mismas aceras. Como sombras estáticas. Son gaviotas a quienes han cortado las alas, no vuelan. Sólo terminan suicidándose desde sus azoteas. Atrás dejan vientos que son una vida.

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